Entrevista a Felipe Ehrenberg
Entrevista y foto por Héctor Olguín | agosto 2011
El neólogo mexicano en artes visuales Felipe Ehrenberg (Tlacopac, Ciudad de México, 1943) es “viajero”, no “turista”; “neólogo”, no “artista”. Abordar a un hombre del calibre de Felipe es una experiencia reconfortante: sus palabras pulsan con precisión, la que se adquiere con los años, la disciplina, los riesgos y la clarividencia después de haber sido testigo y exponente de movimientos artísticos que van del Fluxus hasta los creados por él mismo, como es el caso de sus partituras visuales, temática del Festival Ala Blanca, Partituras Visuales Ehrenbergianas, que surge de la iniciativa de Ana Montiel, directora de la firma de gestión cultural independiente Proyecto Antipasto. Luego de tres años en su realización, este jueves 18 de agosto se ofrece al público la interpretación de cinco partituras del neólogo por parte de cinco artistas a través de distintas técnicas. Los resultados de las interpretaciones serán exhibidos en la Galería Hermenegildo Bustos de la Universidad de Guanajuato hasta el 15 de septiembre de este año.
—Lleva diez años viviendo en Brasil, ¿qué lo hizo decidirse por ese país?
—Los motivos que llevan a cualquier persona a migrar, a salir de su país, todos son tan arbitrarios como el individuo. En el caso específico, yo fui convidado por el canciller Jorge Castañeda para ser agregado cultural en Brasil. Después de que Castañeda salió y entró Derbez —no el cómico sino el otro Derbez, que se llama Ernesto— las circunstancias cambiaron y me cesó la Secretaría de Relaciones Exteriores, y decidí ya no volver a México porque estaba muy bien en Brasil.
—Se considera expatriado, no exiliado.
—Efectivamente, porque expatriado son todos los que se fueron de su patria, y los exiliados fueron obligados a salir de su patria por cuestiones políticas o corrían peligro si volvían a su patria. Yo hago hincapié en que soy expatriado porque, en el fondo, cierta serie de circunstancias me hicieron no querer regresar después de que terminó mi contrato laboral con la Secretaría de Relaciones Exteriores, entre ellas la intolerancia social de la sociedad mexicana. Mis colegas, mi familia me hicieron sentirme impotente ante lo que está sucediendo en México: unos le echan la culpa al gobierno, otros al narcotráfico, pero en realidad es una incapacidad ciudadana para convivir y una imposibilidad de reconciliarse de la sociedad que hace que este país esté emocionalmente desquiciado. Yo ya estoy viejo, entonces prefiero vivir el México de mis sueños, el México de mis recuerdos y el México de mis cibervivencias, a sentirme impotente estando aquí.
—Hábleme de ser neólogo en artes visuales.
—Más que productor de objetos o de cosas visuales es ponderar a través de la mirada, es filosofar a través de la forma y el color. Un filósofo como Eduardo Galeano usa la literatura para poder filosofar; otros filósofos usan la poesía, y hay otros que usan la música. Yo uso lo visual para poder filosofar y lo traduzco de esa manera. A la hora de buscar establecer un diálogo busco provocar ponderación; en algunos casos busco provocar placer; en otros casos, indignación. Depende del tipo de obra, depende de la época, de mi estado de ánimo y de las circunstancias.
—Su obra ha sido una de las más valientes del arte en México, ¿qué es lo que actualmente le mueve a mantenerse como neólogo?
—Lo mismo que mueve a un ingeniero civil a construir puentes atrevidos y seguir siendo ingeniero civil. Uno no deja de ser lo que uno aprendió a ser: el veterinario va a ser veterinario hasta que se jubile. Yo no puedo dejar de ser lo que soy porque no sé hacer otra cosa. Es una profesión que yo escogí muy temprano y que he practicado ya más de medio siglo, son 54 años que ya llevo; entonces, yo no podría dejar de serlo. Sucede que el estudio de lo nuevo nunca va a acabar; se distingue de otras profesiones que les cuesta trabajo renovarse, de ahí tantos programas para renovar la enseñanza a los maestros, así como los médicos tienen que estarse renovando constantemente, porque el ser humano es una criatura de hábitos y corre el peligro, en todo momento, de quedarse estancado en una forma de ver, de ejercer su profesión, de ver al mundo, que le impida reconocer que el mundo cambia constantemente y que nuevas generaciones piensan de maneras distintas. En fin, en mi caso, el trabajo de neólogo a lo largo de los años me ha permitido prepararme cada vez mejor para poder recibir lo mejor. En cuanto a lo “valiente”, yo creo que el mundo sí se divide entre valientes y cobardes, pero no es una particularidad exclusiva del arte. Todas las profesiones tienen a sus valientes y a sus cobardes.
—Me parece interesante el hecho de que en su trayectoria exista una etapa editorial donde publicó libros como El arte de vivir del arte y hasta una revista de literatura negra como lo fue Biombo Negro.
—Son extensiones de mi trabajo, no son cambios de caminos, y todo tiene que ver con crear contexto. Cuando los artistas o los pensadores proponen algo nuevo siempre van a encontrar que los cobardes —el pensamiento conservador— se rehúsa a publicarlos. Yo comencé a editar mis propios trabajos cuando me topé con que nadie los iba a publicar porque tenía yo como 24 años. Me voy a Inglaterra y allá aprendo cómo es que funciona una editora con la creación del Beau Geste Press. Luego, cuando llegué a México, casado con Lourdes Hernández Fuentes —literata que conducía un taller de literatura negra o literatura policiaca—, nadie nos iba a publicar porque no había quién publicara eso. Entonces, la cosa más sencilla era formar una editorial y publicarnos a nosotros mismos. Son cosas que extienden el trabajo que uno hace, y no es porque uno busque otra tarea u otra profesión, sino que uno necesita más herramientas para poder crear contextos para lo que uno está produciendo.
—En cuanto a sus partituras visuales, ¿le interesa que éstas sean interpretadas por las nuevas generaciones de artistas?
—No porque sean nuevas generaciones. Lo que a mí me ha interesado desde hace más de 25 años es la capacidad que tienen casi todas las artes —menos la plástica— para poder trasladarse en el tiempo y en la geografía, y poder ser reinterpretadas. Uno de los ejemplos que pongo es Calderón de la Barca, que puede ser interpretado en Japón; Shakespeare, que puede ser interpretado por una compañía de teatro en Bogotá, vestidos de traje y corbata. La interpretación de las obras musicales, teatrales, dancísticas y cinematográficas, como también las recetas culinarias, todas estas viajan por el espacio: de Florencia a Yucatán, o de Yucatán a Japón, y pueden ser interpretadas en la actualidad. Todas menos las artes visuales y plásticas. Entonces, me pregunté con toda la frontalidad: ¿por qué no? Y no es por las nuevas generaciones. De hecho, nadie se plantea las nuevas generaciones de arquitectos ni las nuevas generaciones de veterinarios. ¿Por qué se habla de «las nuevas generaciones de artistas»? No sé. Como fuera, no me lo planteo como las nuevas generaciones, sino en la posibilidad de una obra que yo haya concebido en 1980, siendo suficientemente buena, y a alguien le interesa 30 años después en otro país. Entonces, por qué no la preparo de tal manera que pueda ser reinterpretada; y en ese sentido, Guanajuato es un vuelo de prueba porque el concepto es tan ajeno a las artes visuales y plásticas, es tan nuevo —pues sigo siendo neólogo—. Espero que le cueste trabajo al artista mismo porque, en general, los artistas son muy conservadores. Incluso la vanguardia que se llame “vanguardia” es conservadora porque sigue la tradición de tratar de ser singular y única. Y pues qué hueva, ¿no? En este mundo ya no se trata de descubrir el hilo negro, inventar la rueda o descubrir el fuego, sino de poder dialogar a través del arte y la posibilidad de hacer una partitura y de imbuirla con elementos que le den sentido a la obra. En el momento en que la reinterpreta una persona con habilidad se puede renovar la obra.
—Su relación con las nuevas tecnologías.
—Las uso, absolutamente. A los hermanos Van Eyck, en 1473, les interesó la nueva tecnología que fue el invento del óleo. Nadie se friqueó con eso. Todas las tecnologías nuevas son recursos legítimos para los valientes; los cobardes son los que se quedan en las viejas tecnologías. Cuando yo era muy pequeño, cada año en época de vacaciones académicas norteamericanas nos visitaba en casa un señor ya mayor de edad y su esposa. Ese señor se llamaba Norbert Wiener, quien es el hombre que inventó y acuñó la palabra ‘cibernética’. Y qué lástima que yo era tan chiquito, porque de haber tenido diez años más, hubiera sido un cibernético ahorita. Ahora todos somos la cibernética, ya nos acompaña en todo y hasta la persona más ciberanalfabeta tiene un celular. La medicina y todas las disciplinas recurren a la tecnología del momento, y van produciendo cada vez más nuevas tecnologías para poder irse mejorando. Las artes en general no pueden quedar exentas de eso. Ahora: yo no he hecho net art, he hecho unas obras que circulan solamente por internet, pero la internet es un vehículo de distribución y no una herramienta de trabajo.
—En Brasil, ¿cómo ha sido la recepción del arte mexicano actual?
—Muy poco… En realidad el gobierno de México es muy ineficaz para dar a conocer a su país. El México que conoce el extranjero es porque éste visitó México, o porque el extranjero tiene una visión emblemática caricaturizada de lo que es el mexicano. Cuando yo fui agregado cultural procuré estimular la traducción de textos, además de varios años de difundir por la radio la creatividad de músicos como Eugenio Toussaint, Federico Álvarez del Toro, Marcela Ramírez. Obviamente la industria se encarga de popularizar la cultura vernácula y de que Juan Gabriel sea cantado en portugués. En cuanto a gastronomía, mi esposa y yo hemos sido muy cuidadosos para difundir lo más posible y combatir el síndrome de Taco Bell y la comida tex-mex de chatarra. Entonces, nosotros hemos difundido un slow food, una comida lenta de las gastronomías mexicanas. En esos días como agregado cultural también pude ubicar a México en la Bienal de Mercosur y controlar un poco el tipo de obra que seleccionaban los curadores para la Bienal de São Paulo, una de las más importantes del mundo, para que no se redujeran exclusivamente a galerías de la capital.
—Lo cual pasa todo el tiempo.
—Exacto, pero no es culpa de la Ciudad de México. Me parece que uno de los lugares más provincianos que existen en la actualidad es precisamente la capital: no saben lo que sucede en el resto del país, están cada vez más aislados y su aparato administrativo consume muchos de los presupuestos, cada vez menores, que se destinan a la nación. Sin embargo, los estados del país no han sabido aprovecharse del provincianismo capitalino, y no saben cómo erigirse y hacer acto de presencia a nivel internacional. Tijuana es un perfecto ejemplo de una ciudad que ha sabido cómo internacionalizarse. Los tijuanenses tienen problemas de violencia como cualquier ciudad en toda Latinoamérica, pero tienen huevos, tienen muchos tanates y fueron de los primeros que decidieron ya no ir al centro del país para darse a conocer, decidieron salir al mundo. Monterrey también supo; el dinero regiomontano creó museos y puso a la ciudad en el mapa de la cultura mundial. Ahora le toca a Guanajuato.